
El encuentro entre Joe Biden y el papa Francisco en el Vaticano ha dejado fotografías memorables y momentos importantes para la historia. Yo me quedo con el hecho mismo, desnudo y sin parafernalia diplomática, de que sencillamente la visita tuvo lugar. Y punto. Que la encarnación del poder terrenal, también llamado presidente de Estados Unidos, converse, en privado y durante 75 minutos, con la encarnación de la autoridad espiritual en Occidente, también llamada papa, tiene un sentido político y espiritual muy profundo.
El encuentro significó, en primer lugar, que el poder terrenal, por mucho ejército de que disponga y toda la fuerza e influencia que despliegue, no es absoluto. En pleno siglo XXI, la protesta política sigue necesitando de las autócratas espirituales, como la tierra de la lluvia, ya que la dimensión espiritual del ser humano juega un papel determinante en la vida de las personas y los pueblos.
En segundo lugar, la visita nos ha mostrado que, en la llamada era de la secularización, la actividad política, por secular o laicista que sea, y por secularísima o laicísima que llegue a ser, nunca acabará de erradicar la relevancia del mensaje religioso, ni de arrinconar a los líderes espirituales del mundo. El encuentro, sin duda, ha supuesto un duro golpe al secularismo más intransigente, que pretende asfixiar cualquier apertura de la sociedad a la trascendencia.
¿Qué tienen en común Biden y el papa como líderes? 2:57
Esta visita también nos ha recordado el consejo de Jesucristo de dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios (Mateo 22:21). Esta regla tiene un valor inestimable para la buena marcha de la política y el desarrollo de los pueblos. Lástima que tantas veces nos apartemos de ella o no la comprendamos en toda su profundidad.
Parece que tanto Biden como Francisco, quizás sin pretenderlo, han actualizado este consejo a la perfección con su encuentro. Las fotografías de los dos líderes en serena y constructiva conversación nos enseñan que las relaciones entre la autoridad espiritual y el poder político se entienden mejor desde la mutua colaboración que desde la exclusión, ya que ambas instancias deben servir al florecimiento del ser humano y de los pueblos. Así como no se puede dividir un ser humano (lo corporal de lo emocional, por ejemplo), así tampoco se puede dividir la comunidad política creando un muro de separación impenetrable entre lo político y lo religioso.
Dios está en todas partes: tanto en las iglesias como en los parlamentos. Poco sabe de límites materiales. La necesidad de diferenciar la dimensión política de la espiritual no significa que se pueda separar la espiritualidad de la política. El César es también hijo de Dios. Y viceversa: el líder espiritual vive en el mundo del César. De hecho, Biden se profesa católico practicante, y ciertamente lo es, por más que no participe de la moral cristiana en temas tan centrales como el aborto.